
Por Norma Tlalolini
Hoy al fin decidí irme de tu lado, se que muchas veces suplique por qué te quedaras y otras tantas amenace con que esto terminaría.
No hay más culpas, no quiero volver a engañarme aceptado tus promesas de que cambiaran las cosas, que no volverá a suceder, que no volverás a agredirme y que eso depende de mi, hoy se que haga lo que haga, jamás te daré gusto y siempre habrá alguna razón para que puedas lastimarme, ofenderme o agredirme.
Recuerdo el día que te conocí, y aquellas primeras semanas donde estar a tu lado era el momento más esperado del día; verte era mi ilusión, abrazarte y mirarte a los ojos me llenaba el corazón, tu sonrisa invitaba a besar esa boca.
Oh, Dios, ¿donde quedaron esos momentos? Tu actitud poco a poco fue cambiando, casi de forma imperceptible, me fui doblegando a tu voluntad.
A las pocas semanas de salir contigo, empezaste a pedir que cambiara mi forma de vestir, me decías: “Eres mía, y no me gusta cómo pueden verte tan llamativa en otros lugares, no quiero que me roben a mi princesa”, me sentía halagada y poco a poco cambie mi forma de vestir, de peinarme y hasta mi maquillaje.
Las cosas no se detuvieron ahí, mis amistades me “quitaban” tiempo para estar contigo y no se diga de otras actividades donde yo pudiera relacionarme con otros hombres, eso te ponía furioso; yo lo justifique pensando que era por lo mucho que me amabas.
Sin darme cuenta mi círculo se fue cerrando, ya solo convivía con mi familia y contigo, pero a mi familia a pesar de vivir en el mismo hogar, los veía poco y mucho menos salir o hablar con ellos, ni se mencione a esas fiestas donde tú no pudieras ir, ni pensarlo. Mi Madre estaba de acuerdo con la relación por que eras encantador con ella, mientras mi padre te veía con recelo por qué observaba mis cambios y no estaba de acuerdo, yo lo calmaba cuando le decía cuanto te amaba y lo feliz que era a tu lado.
Un día, por mis actividades llegue unos minutos tarde para verme contigo, al acercarme a ti, me empujaste, me gritabas que donde había estado, empezaste a agredirme diciendo que andaba de loca por ahí, me cuestionabas con violencia para que te dijera donde había estado, hasta que termine llorando, sintiéndome culpable por haber llegado tarde, te explicaba lo ocurrido y no me permitías hablar, en mi desesperación, te pedía perdón, y por fin, “me perdonaste”, sin antes decirme que no querías que volviera a ocurrir, me pusiste reglas y horarios, me prohibiste amistades, actividades, revisaste mi celular y redes sociales, me dijiste, que te enojabas por qué yo te importaba y me amabas, que lo nuestro era serio y no un juego. ¡Que ciega estuve!
Sin darme cuenta de pronto ya me controlabas con la mirada, me revisabas mis conversaciones, mis salidas, horarios, ropa y hasta lo que podía platicar con mis padres, tenía miedo, angustia y vergüenza, el temor de que yo “te hiciera enojar” si no hacia las cosas “correctamente”, me ahogaba, cada palabra o acción mía, tenía que pensarla muy bien, ya que ahora cada vez que yo te hacía enojar me decías que yo no valía la pena, que era una inútil y que por eso me quedaría sola, que te estaba hartando y me dejarías; en mí había una lucha entre el miedo a seguir en la misma situación de agresiones y malos tratos; y el miedo a que me dejaras, quedarme sola y no volver a encontrar a alguien que me “amara tan intensamente” como tú lo hacías; sentía tanta vergüenza de platicar lo que me estaba sucediendo, a los ojos de muchos éramos la pareja perfecta.
A unos meses de estar a tu lado ya era otra persona, la seguridad, independencia, autonomía y alegría se habían ido de mi vida, era una chica temerosa, insegura y angustiada de que encontrarás a alguien mejor que yo y me dejaras, ¿Como podría soportar la sola idea que me dejaras por alguien más?¿Que pensarían mi familia y amigos de una ruptura? ¿Donde encontraría a alguien que me amara como tú? Yo no podría amar a nadie más, tú eras mi vida, había hecho miles de planes de estar a tu lado, viajar, hacer una familia, comprarnos una casa y tal vez si tú lo quisieras tener unos lindos bebes.
No, no podría permitir que esto se terminara. De pronto nuestras citas de espaciaron, pero me ordenabas que no saliera de mi casa, que irías a verme más tarde, me quedaba pendiente del teléfono a una llamada tuya para poder verte, hasta que me quedaba dormida esperándote, me marcabas en la madrugada para decirme que irías al día siguiente por qué se te había complicado llegar, y esa historia se repitió incontables veces.
En esos meses que nos veíamos con menos frecuencia, tú salías con otras chicas y mis amistades llegaron a decirme, que te habían visto, pero no les creía; ante la insistencia de los comentarios, te reclame, lo negaste y te creí. No quería creer que pudieras estar con alguien más aunque lo presentía.
Una noche que salimos, fuimos a tu departamento, ya no era tan frecuente como antes, pensé qué tal vez me tenías una sorpresa, estaba feliz a tu lado, te pusiste cariñoso, aunque actuaste de forma distinta, te sentí diferente; no quise decir nada, me besaste con desesperación y al terminar de hacer el amor, me llamaste por otro nombre, salte inmediatamente de la cama y te grite, me puse mal contigo, me dijiste que estaba loca, reaccionaste con violencia, me golpeaste, me diste miedo, y esa fue la primera vez de muchas escenas que llegaste a golpearme.
Cada vez que me golpeabas, al poco tiempo me pedías perdón y me decías que no volvería a repetirse, sin embargo cada vez era más frecuente y más violenta tu reacción, desde empujones hasta golpes en el estomago o la cabeza, buscabas lugares donde no fuera visible o dejara marcas, eres un experto, de eso no tengo la menor duda.
No podía comprender cómo podíamos amarnos y que me dañaras tanto. Ahora comprendo que no era amor lo que me detenía a tu lado.
A casi año y medio de relación, me embarace, no sabía si te alegrarías o no, tenía miedo de decirte; y llego en momento en que tome un poco de valor aunque moría de angustia pero te lo dije, me tranquilizaste diciendo que no me preocupará, que arreglarías algunas cosas y nos casaríamos, yo estaba feliz, empecé a hacer planes de la boda, preparando en mi cabeza como sería cada momento hacia ese gran evento y como se lo diríamos a mis padres, la cara de mis amigas y familia al saber que pronto me casaría.
Cuando iba a cumplir tres meses de embarazo, llego una mujer a mi puerta, me dijo que necesitaba hablar conmigo, cuando menciono tu nombre y me dijo de qué se trataba, la cabeza me daba mil vueltas, no comprendía nada, me decía que te dejara en paz, que ya tenían tiempo saliendo juntos, que ya tenían fecha para su boda y que no sería yo quien los separara, me gritaba que dejara de buscarte, yo me quede muda, no podía reaccionar, me empujo y se fue.
Estaba aturdida, confundida y desesperada, necesitaba verte, quería respuestas, intenté llamarte, no contestaste mis llamadas y fui a buscarte al departamento; al llegar te encontré con otra mujer, no podía creerlo, me sacaste a empujones y me amenazaste, me ordenaste deshacerme de nuestro bebé o lo lamentaría, tuve miedo, no podía decirle a mis padres, tenía miedo y vergüenza.
Camine por largo rato y llegue con una de mis amigas que me recomendó donde podría ir para resolver el “problema”, me llevo a una clínica; pase horas de dolor y angustia que no olvidare por el resto de mi vida, y puedo decirte que ese sentimiento de vacío dentro de mi, jamás podré borrarlo; tú ni siquiera quisiste verme, pasadas unas semanas volviste a buscarme y te perdone, te perdone todo.
Volvimos a una “luna de miel” que duró solo dos semanas, volviste a golpearme por qué mi periodo se retrasó, Dios, ¿como pude permitir tanto dolor?
No comprendía que en algún momento, tal vez en tu infancia, habías aprendido lo que era el sufrimiento, y que solo eso, era lo que podías compartirme, y no sólo a mi, sino a cualquier mujer que estuviera contigo, tampoco comprendía por que yo lo permití, hoy se qué en algún momento de mi vida me sentí no merecedora de amor o de atención, y que esa necesidad de amor me hizo aceptar y permitirlo todo.
Hoy no culpo a nadie, hoy quiero hacerme responsable de mi, de lo que permito en mi vida, de eso que, hasta hoy creía que era víctima, estaba tan ciega que no veía que yo misma tenía la solución, empezar a amarme mucho más de lo que creí amarte a ti.
Desde hace algún tiempo empezó esta batalla dentro de mi, eso que yo creía que era el amor por ti y el nuevo amor que descubrí en mi.
Hoy no quiero culpables, sé que lo que me dabas y la forma como me trataste, era lo que tú creías era correcto para ti, por qué así fue cómo aprendiste que era el amor.
Hoy decidí qué no seré yo quien siga a tu lado, que buscaré ayuda y seré fuerte para aprender a amarme; tal vez en tu vida habrá otras mujeres, a ellas les deseo buena suerte, al menos esa suerte que hoy yo tengo, de salir con vida de esta relación y comenzar de nuevo.
A ti te perdono todo, por qué no quiero ni siquiera cargar con un rencor hacia a ti, que me anclaría a tenerte en mis pensamientos, yo necesito ese tiempo y energía en descubrirme y amarme, en verdad deseo encuentres lo mejor para tu vida y que algún día puedas darte cuenta cuanto dolor has generado y todo el sufrimiento que has compartido, no te señalo como culpable, por qué eso lo aprendiste en algún momento de tu vida, donde tal vez no eras consciente de nada, pero si te señalo como responsable de tu presente y tu futuro, de lo que das y generes a tu alrededor, hoy gracias a Dios me voy viva de ti, y espero que nadie encuentre la muerte en tus manos, tal vez creas que exagero, pero muchas veces creí morir y sobreviví.
He aprendido que tu necesidad de control, por medio de la violencia, la manipulación y el chantaje, es solo el reflejo de todo ese dolor que guardas en ti, que es tu miedo el que se manifiesta en cada acción, solo puedo decirte, busca ayuda, ámate, descubre el amor verdadero, ese que cuando lo tienes, puedes compartirlo, ese amor que primero tienes por ti, que genera las más extraordinarias acciones y sentimientos.
Hoy sigo el camino al amor verdadero, el amor sin necesidad, sino de elección; el amor con respeto y dignidad, el amor que proviene de uno mismo.
Una historia que puede ser la tuya.
Te reto a compartirlo e iniciar una campaña de concientización.