Implacable por Paty Herrera

Las intensas tormentas que azotaron el centro y el Golfo de México han dejado al descubierto la vulnerabilidad del país y la carencia de infraestructura. Las inundaciones en Hidalgo, Puebla y Veracruz no solo arrasaron con comunidades enteras, sino que también exhibieron la falta de capacidad, previsión y planeación de la señorA presidentA con A.

De acuerdo con datos de la Coordinación Nacional de Protección Civil (CNPC), más de 45 municipios de Veracruz y 28 de Puebla resultaron afectados por las precipitaciones registradas entre el 6 y el 10 de octubre. En total, se estiman más de 62 mil personas damnificadas, de las cuales al menos 30 mil permanecen sin recibir apoyo directo del gobierno federal, según reportes del Sistema Nacional de Protección Civil y de medios locales como El Universal y Diario de Xalapa.

En municipios como Tlapacoyan, Misantla y Martínez de la Torre (Veracruz), familias enteras llevan más de una semana sobreviviendo con ayuda de vecinos, iglesias y organizaciones civiles. En Tlaola, Huauchinango y Zacatlán (Puebla), las comunidades serranas siguen incomunicadas por derrumbes y cortes carreteros, sin presencia efectiva de la Guardia Nacional o del Ejército más allá de acciones simbólicas de “plan DN-III”.

Mientras tanto, el discurso oficial insiste en que “la ayuda está en camino” y que el FONDEN nunca sirvió porque era corrupto. Pero la realidad es otra: los albergues improvisados carecen de agua potable y alimentos, los caminos siguen bloqueados y la gente ha comenzado a protestar. En Tlaola, por ejemplo, un grupo de damnificados bloqueó la carretera federal el pasado martes para exigir la entrega de víveres prometidos por el gobierno estatal.

Resulta indignante que, pese a las alertas emitidas desde el 3 de octubre por la Conagua, no se haya activado un protocolo preventivo a tiempo. Los reportes técnicos advertían riesgo de desbordamientos en al menos seis ríos de Veracruz y tres de Puebla. Aspecto que la gobernadora Roció Nahle se pasó por el arco del triunfo, porque ni siquiera tenía contemplada una sola acción preventiva.

Claudia Sheinbaum, que ha intentado proyectar una imagen de científica eficiente, repite los mantras de su jefecito: la negación inicial, el centralismo extremo y la lentitud en la acción. Su presencia en la zona afectada se limitó a una visita relámpago de apenas dos horas en Veracruz, acompañada de un discurso genérico sobre “el cambio climático” y “la solidaridad del pueblo”, mientras miles seguían atrapados en el lodo.

El contraste es doloroso. Mientras el Morena destina recursos millonarios a megaproyectos ideológicos, la infraestructura básica para enfrentar emergencias sigue colapsada. Los recortes al Fondo de Desastres Naturales (Fonden), desaparecido en 2020, pesan hoy con toda su fuerza. Sin ese fondo, los estados deben rogar por recursos extraordinarios que llegan —si llegan— semanas después del desastre.

México no puede seguir normalizando la improvisación. Las inundaciones fueron una tragedia natural; el abandono posterior, una tragedia política. La gestión de Sheinbaum frente a esta emergencia no solo demuestra falta de liderazgo, sino también una peligrosa desconexión con la realidad del país profundo.

Un gobierno sensible se mide no por su discurso, sino por su reacción ante el sufrimiento. En Puebla y Veracruz, esa reacción brilló por su ausencia.

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