Implacable por Paty Herrera

La SeñorA PresidentA con A, les pidió a damnificados que su voto debe ser para Morena si quieren que el gobierno los ayude, lo que constituye un acto inconstitucional y denota su carácter autoritario. Evidentemente, no lo pensó y dejo claro que, si no te alineas con ellos, estás en su contra.

Pero por más que la señora Sheinbaum intente vestir su administración con el ropaje de la “modernidad progresista”, lo cierto es que su gobierno exhibe una peligrosa inclinación hacia el socialismo de viejo cuño. En el discurso y en los hechos, su proyecto político no difiere mucho del que México padeció durante décadas: un Estado omnipresente, un mercado asfixiado y una ciudadanía sometida a la voluntad del poder central.

Sheinbaum repite el mismo libreto que su mentor, Andrés Manuel López Obrador: un desprecio por la iniciativa privada, un intervencionismo económico cada vez más invasivo y una retórica que divide a la sociedad entre “el pueblo bueno” y “los conservadores”. Bajo esa narrativa, se justifica todo tipo de control y de improvisación, incluso a costa de la productividad nacional o de la libertad de expresión.

Lo más preocupante es la deriva ideológica: Sheinbaum parece inspirarse más en los modelos de control político de Cuba o Venezuela que en las democracias liberales de Occidente. Su discurso ambientalista y feminista, que podría tener mérito en otro contexto, se convierte en un barniz para justificar políticas autoritarias, censura sutil a la prensa y centralización del poder en la presidencia.

El socialismo, aunque se disfrace de “justicia social”, termina generando lo opuesto a lo que promete. La reciente expansión del gasto público, el control de programas sociales desde el Ejecutivo y la subordinación de los órganos autónomos muestran un gobierno que prefiere la dependencia al empoderamiento.

De acuerdo con el economista Enrique Quintana (El Financiero, septiembre 2025), “Sheinbaum parece convencida de que el Estado debe ser el motor principal del desarrollo, incluso si eso significa frenar la iniciativa privada”. Quintana advierte que las recientes medidas de control sobre los sectores energético y de infraestructura reproducen el viejo modelo de economía dirigida que México trató de superar desde los años noventa.

El politólogo José Antonio Crespo coincide. En entrevista para Expansión Política (agosto 2025), señaló que la presidenta “mantiene la narrativa de lucha de clases, heredada de López Obrador, con un lenguaje que idealiza al Estado y demoniza al capital privado”. Según Crespo, ese discurso puede “erosionar la confianza democrática y ahuyentar la inversión extranjera, tal como ocurrió en los gobiernos populistas de América Latina”.

Las cifras respaldan las alertas. Según el Banco de México, la inversión extranjera directa cayó un 9.2% durante el tercer trimestre de 2025, y la confianza empresarial en manufactura retrocedió a niveles comparables con los de 2020. El Consejo Coordinador Empresarial ha expresado preocupación por la falta de certidumbre jurídica y la tendencia del gobierno a intervenir en proyectos privados bajo el argumento de “interés público”.

Para el analista financiero Jonathan Heath, subgobernador del Banco de México, el problema no es sólo económico, sino estructural. “Un gobierno que concentra poder y privilegia el gasto asistencial sin productividad genera dependencia social y vulnerabilidad fiscal”, declaró en un foro de la UNAM en octubre de 2025. Heath añadió que “la expansión de programas sociales sin mecanismos de evaluación reproduce esquemas clientelares, no bienestar sostenible”.

Sheinbaum posee un carácter autoritario y represor que ha dejado ver a cuentagotas, uno muy similar al de los regímenes socialistas del siglo XX: control informativo, subordinación de organismos autónomos y una visión paternalista del Estado. Su discurso sobre la “soberanía energética” y la “planificación económica nacional” retoma ideas propias del desarrollismo de los setenta, pero en un contexto global que exige flexibilidad y competitividad.

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