
Implacable por Paty Herrera
El reciente triunfo electoral de Zohran Mamdani en el distrito 36 de Queens, Nueva York, ha sido celebrado por sectores progresistas como un avance histórico de la “nueva izquierda”. Sin embargo, detrás de los aplausos y las consignas de justicia social se esconde una ideología profundamente divisiva, que pone en riesgo los valores y las instituciones sobre las cuales se construyó la democracia estadounidense.
Zohran Mamdani, hijo del cineasta indio Mira Nair y de origen ugandés-indio, es uno de los rostros más visibles del ala socialista del Partido Demócrata. Miembro activo de Democratic Socialists of America (DSA), Mamdani se ha caracterizado por una retórica abiertamente anticapitalista y hostil hacia las fuerzas del orden. En 2020, durante las protestas de Black Lives Matter, declaró sin matices:
“We must defund the police. Not reform, not reimagine—defund.”
(“Debemos desfinanciar a la policía. No reformar, no reimaginar: desfinanciar”).
Esa frase no fue un exabrupto aislado, sino la síntesis de su visión política. En su campaña, insistió en reemplazar el modelo policial por “servicios comunitarios” y programas de “mediadores sociales”, una propuesta que ha demostrado ser inviable incluso en las ciudades más progresistas. Su visión parte de una premisa errónea: que la violencia se combate con empatía burocrática, no con autoridad legítima.
Más preocupante aún ha sido su postura frente al conflicto en Medio Oriente. En octubre de 2023, poco después del ataque de Hamas contra civiles israelíes, Mamdani se negó a condenar los atentados y prefirió culpar al Estado de Israel, al afirmar:
“This didn’t start on October 7. It started with 75 years of occupation.”
(“Esto no comenzó el 7 de octubre. Comenzó hace 75 años de ocupación”).
Una declaración que no solo relativiza el terrorismo, sino que reescribe la historia en clave ideológica. Mamdani, junto con otros miembros de la DSA, ha sido acusado de promover una narrativa abiertamente antisionista que raya en el antisemitismo, al reducir un conflicto complejo a una ecuación simplista de opresores y oprimidos.
Su triunfo, lejos de ser un fenómeno local, debe entenderse como parte de una tendencia más amplia: el avance de una izquierda identitaria que busca sustituir los principios de responsabilidad individual y mérito por una política de victimismo perpetuo. Mamdani encarna la utopía posmoderna de quienes ven en el capitalismo y en la ley no instrumentos de libertad, sino de opresión estructural.
Lo paradójico es que su distrito, Astoria, es hogar de miles de inmigrantes que llegaron a Estados Unidos precisamente escapando de regímenes autoritarios y economías planificadas. Muchos de ellos —griegos, egipcios, latinoamericanos— saben bien que el socialismo real no trae justicia, sino miseria y represión. Sin embargo, Mamdani logra captar el voto joven con un discurso emocional y la promesa de un futuro “más justo”, aunque jamás explique cómo se financia.
Durante una entrevista con Jacobin Magazine, órgano del socialismo académico estadounidense, Mamdani llegó a declarar que su objetivo era “convertir la asamblea estatal en una plataforma para organizar la lucha de clases”. No habló de mejorar la seguridad, ni de atraer inversión, ni de aliviar la carga fiscal. Habló de lucha de clases.
La victoria de figuras como Mamdani debe ser una señal de alarma para los moderados del Partido Demócrata y, sobre todo, para los republicanos que todavía creen que el debate político se libra en el terreno de las ideas y no en el de la emoción. La nueva izquierda ya no busca el consenso, sino la demolición de los pilares que sostienen a Occidente: la propiedad privada, la libertad de expresión y la seguridad ciudadana.
Si algo demuestra el triunfo de Mamdani es que el radicalismo puede ganar elecciones, pero no construye sociedades estables.
Hoy, Nueva York celebra el triunfo de un político que promete desmantelar la policía, justificar el terrorismo y “reimaginar” la economía sin capital. Mañana, los ciudadanos podrían descubrir que esos experimentos sociales tienen consecuencias reales: calles más inseguras, barrios divididos y un Estado cada vez más intrusivo.
Zohran Mamdani puede haber ganado una elección. Pero si sus ideas prosperan, quienes perderán serán los neoyorquinos y, en última instancia, el sentido común.